Los tres niveles de consciencia
En la pirámide religiosa existen tres niveles de poder: los fieles, los sacerdotes y los sabios. Los primeros, que son la mayoría, son quienes siguen con fe ciega los mandatos de los segundos, sin pensar. Solo cumplen, creen y obedecen. Los sacerdotes, un grupo más reducido, conocen a profundidad las doctrinas que profesan (pero en las que no siempre creen) y usan dicha comprensión para guiar, pero también para imponer, controlar, convencer y manipular a las masas. Muchas veces su propósito está motivado por un bien común, pero otras, está originado por necesidades personales, ya sean económicas, de poder, de reconocimiento, sexuales, etc. Como la mayoría de los fieles no piensan y solo obedecen en su buena fe, no se dan cuenta de los intereses ocultos de los sacerdotes.
El tercer nivel de la pirámide, más estrecho, menos protagónico, es el de los sabios. Ellos voluntariamente se salen de este juego de poder. Comprenden que hay una verdad superior que no forma parte de la dinámica en la que unos son superiores a otros, sino que el poder real reside en el interior de cada cual. Son quienes más conocimiento tienen y, sin embargo, no lo usan para beneficio personal. Más bien, lo tienen incorporado en su forma de ser, de dar, de trabajar, de comunicar, de expresarse, de aconsejar. Es su manera de aportar al mundo, formando una nueva consciencia basada en los ideales supremos de la humanidad tales como la Libertad, el Amor, el Conocimiento, la Armonía, la Naturaleza, etc. Nunca toman partido, porque no son fichas de ajedrez, ni siquiera la del rey, sino que están observando el juego desde un plano superior. Tampoco pertenecen a religión alguna, porque saben que Dios está en la contemplación y no en las doctrinas.
La explicación de los niveles de poder que acabo de dar en términos religiosos se repite en otros ámbitos, tales como la política, las redes sociales o la publicidad. Sugiero que te preguntes en qué nivel estás. ¿Eres el obediente fiel que defiende visceralmente a su líder político? ¿Profesas, con fervor, como si fueran propias, las ideas que leíste en la columna de opinión o que escuchaste en una campaña publicitaria? ¿Entiendes el juego maquiavélico de la política? ¿Reconoces que varias de las creencias que se definen como irrefutables fueron implantadas en desprevenidos cerebros? ¿Qué ideas son genuinamente tuyas? ¿Sobre qué realmente puedes poner las manos en el fuego?
No todos estamos preparados para ser sabios. Tal vez, primero sea necesario pasar por ser fieles, para llevar una vida tranquila y recibir doctrinas prácticas, cómodas, que moldeen nuestro comportamiento cuando no sabemos escuchar a la voz de la consciencia, que nos fuercen a dar a otros cuando todavía nos domina el egoísmo, que nos hagan cumplir las leyes cuando no nos nace respetar al otro… hasta que llegue el momento de comenzar a cuestionar, a refutar, a dudar, a mirar más allá de nuestras narices y, sobre todo, a intuir. Entonces, tal vez, podamos ascender a sacerdotes, y allí se nos pueden presentar dos caminos: quizás la pureza de corazón nos dé la oportunidad de ser buenos guías e inspirar a un grupo de fieles para que tomen un camino de ascenso y autodescubrimiento. O, por el contrario, la ambición nos incite a beneficiarnos de las trampas del poder y a enredarnos en sus tentadoras delicias que no nos dejarán sacar la cabeza del fango de este juego sucio, hundiéndonos cada vez más, usando a nuestros ingenuos fieles como marionetas de nuestro ego, alimentando nuestra vanidad, cegándonos y evitándonos ver la hermosa luz de la privilegiada, escasa, esquiva y sagrada sabiduría.
Y finalmente, cuando renunciemos al juego, cuando reconozcamos la divinidad que mora en todos y cada uno de nosotros, podremos considerarnos seres de sabiduría.
Con cariño,
Carolina